«Carta de un hermano a una hermana»
El mundo, la vida, el tiempo, los paisajes y las faunas humanas que habitamos nos ayudaron a mutar. Entre hermanos deberíamos hablar sin reservas, sin guardarnos absolutamente nada, aunque suelo acercarme más a lo genuino de mi ser si lo escribo. Como te decía, cambiamos. Las personas somos seres inestables, inciertos, versátiles y justamente eso es lo que me divierte de habitar este espacio. Somos efímeros y lo milagroso del vivir es la infinita metamorfosis del ser, evitando caer en el más temible de los pecados: traicionar nuestros anhelos más profundos.
Aunque en esencia sigamos siendo los niños que le llenaban de barro las herramientas al Lelo, los que le robaban los ruleros a la Lela, la mente se abrió y voló en busca los disfraces que mejor combinen con nuestras verdades y sentires. Nadie tiene la receta de cómo debe ser; discrepo de todos los mandatos sociales que nos inculcaron, y sólo pretendo amarte, a vos y al medio que nos rodea, sin distinción. Pienso que amar es un invento de dioses inalcanzables que quisieron vernos reír, cantar y bailar hasta no poder más. Y para una ceremonia de tal magnitud, es necesario evitar la ruin acción de mezquinar; mente, alma y cuerpo, a fondo, trabajando en conjunto. Ejerciendo el derecho y la obligación de que no importe otra cosa que no sea sentir –y hacer sentir– felicidad.
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